Carta desde el más allá 5

 

Inframundo, a 27 de octubre del 2025

Queridos todos,

Escribo esta carta desde el inframundo. Estoy rodeado de almas en pena. Continuamente cercado de gritos, lamentos y terror. Cuando vivía, siempre creí en un cielo, un lugar donde todo sería alegría y felicidad, que nos encontraríamos a nuestros seres queridos y gozaríamos de una vida eterna. Efectivamente me he encontrado con compañeros y familiares, pero todos estamos sumidos en esta tiniebla continua con estos gritos terroríficos y desgarradores a mi alrededor.

Yo ahora, me arrepiento de todo lo malo que hice, de todo el dolor que infligí a mis semejantes. No respeté la vida cercenándosela a muchas personas.

Quiero exponer un pequeño fragmento de lo que fue mi vida de maldad y que nunca más repetiría, pues después de mi muerte he comprendido lo confundido que estaba.

Vivía feliz, rodeado de todo tipo de lujos. Sabiendo que todo lo que pedía, se me concedía al instante. Tenía a mi alrededor a muchas personas que me adulaban constantemente, nunca se atrevían a llevarme la contraria y por mi intransigencia cometieron las mismas faltas y delitos que yo cometí.

Estaba muy influenciado por la Iglesia y sus dirigentes, pensando, pobre de mí, que eso me acercaría a Dios y a una vida mejor cuando el Todopoderoso me llamara a encontrarme con Él. Cuál fue mi sorpresa cuando, allí me fui encontrando a estos dirigentes eclesiásticos ¡cuántos curas y obispos por aquí llorando y gritando!, y también a los que tanto me adulaban y acataban mis órdenes, sin atreverse a contradecirme. Fue entonces y solo entonces, cuando me fui dando cuenta de mis errores y mis falsas creencias.

Debido a esta idea que yo tenía de la Iglesia y sobre todo de la religión, tomé por amuleto y báculo de apoyo moral, el brazo de una persona, que decían que eran de una monja santa. ¡Cuánto lo lamento! según los técnicos del momento actual, con los conocimientos que hay hoy en día, dicen que no se puede demostrar que esos huesos son de quien decían que eran.

Ese brazo momificado a mí me daba una fuerza especial. Me creía más fuerte que mis colegas Mussolini o el mismo Hitler, igual de terroristas y asesinos que yo, al igual que Stalin y Pinochet. Cuando me hice con esa reliquia, ya había causado mucho mal. Había dado un golpe de estado y había mandado asesinar a mis compañeros generales que no me quisieron apoyar. Esto desembocó en una guerra civil, pues había muchas personas que no querían cambios, y querían mantener lo que se había aceptado por la mayoría de los españoles.

Ahora comprendo por qué muchos militares y guardias civiles se mantuvieron fieles al gobierno, ahora he comprendido, que eran personas honestas y fieles a sus juramentos, que habían jurado servir y ser fieles a un gobierno dado por los españoles. Yo quise que, a la fuerza, despreciaran esos juramentos. Lo intentaron, hasta que, con el apoyo de los marroquíes, los nazis de la Legión Cóndor de Hitler y los militares fascistas de Mussolini y todos los generales sublevados, conseguimos derrotar y humillar a los que defendían un gobierno democrático legalmente votado por esa mayoría de españoles.

Me lo dijo el rector de la Universidad de Salamanca cuando nos instalamos en esa bonita ciudad, “Venceréis, pero no convenceréis”. En ese momento me acompañaba el fundador de la Legión, mi amigo Millán Astray que había perdido un ojo en la reciente guerra del Rif o en la de Filipinas, ya no me acuerdo. Ahora está aquí conmigo, me sigue a todas partes como un perrito fiel, lo veo sin sus ojos, su nariz es un agujero por el que salen gusanos purulentos y continuamente gritando con unos lamentos incomprensibles y terroríficos.

Fui el causante de que mis vecinos se mataran unos a otros. Alrededor de medio millón de personas. Fui capaz de asesinar y mandar asesinar a sangre fría a más de trescientas mil personas sin juicios, eso sí, acompañado de los huesos de un brazo que me decía lo que tenía que hacer. Y tan solo porque tenían una forma diferente de pensar. No habían robado, no habían matado a nadie, tampoco a nadie habían hecho ningún mal, unos pobres inocentes. tan solo porque pensaban de diferente forma que yo.

Ahora me he dado cuenta... Y no me conformé con asesinar fríamente a mis compatriotas no, permití abusar sexualmente de mujeres y niñas, hice que las raparan la cabeza y las pasearan desnudas por el centro de las ciudades, con la excusa de que eran familiares o amigas de alguien que pensaba diferente. Asesiné sin pudor a gitanos, a homosexuales y a discapacitados, a maestros que lo único que querían era enseñar más y mejor, a médicos que lo único que hacián era cuidar a enfermos y heridos.

Me despido de todos vosotros con la esperanza, de que podáis perdonarme todo el mal que causé. Sé que es difícil, pues son muchos y muy graves mis errores y mi maldad. Espero de corazón que en vuestra vida no haya otro como yo y repita el terror que yo realicé. Respetad siempre a vuestros semejantes, respetad su forma de vida, su sexualidad, su color de piel o su religión. No quiero que ninguno de vosotros esté donde yo estoy ahora, rodeado de putrefacción, gritos y lamentos.

P.D. Sed todos pacifistas y ayudaos entre todos a ser mejores personas.

 

F. Franco

 

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