SU LUNA DE
MIEL
Su luna de
miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida…
Conoció a
Helena en una conferencia sobre psicología. Ella había terminado su carrera y
estaba en Londres para perfeccionar el idioma. Habían sido invitados por Henry,
un amigo en común. Al finalizar el acto fueron presentados: «Víctor te presento
a Helena». En ese instante sintió que era la mujer de su vida. Comenzaron una
relación, pasaron los meses y decidieron casarse, pero siempre con la sombra de
su madre interponiéndose en su camino.
Su viaje de luna
de miel lo hicieron en uno de esos lujosos trenes que salen de noche. Llegaron
a la estación de Londres envueltos en una densa niebla, subieron al tren, que,
al verlo, a Helena le pareció que estaba lleno de misterio. Se dirigieron hacia
una suite lujosa y sobria al estilo inglés.
—¡Víctor, es
preciosa, nunca había visto nada igual!
— Sí, lo es —
contestó Víctor — será un viaje fantástico.
—Podríamos ir
al restaurante para tomar una buena cena y después una copa si te apetece.
— Claro que sí,
me cambio y vamos.
Después de una
magnífica cena en aquel lujoso restaurante y una copa, regresaron a su
habitación para descansar, pues el día había sido muy largo y lleno de
emociones
Víctor no podía
dormir, la sombra de su madre le perseguía. Helena se durmió mirando aquella
sombría y misteriosa habitación.
Unas horas
después, Víctor abrió los ojos y ahí estaba mirándole con la cara desencajada y
un gran cuchillo en la mano, intentó gritar, pero no podía moverse y le iba a
matar.
—¡Helena, por
favor, para!
Abrió los ojos,
pero allí no había nadie estaba solo en la habitación y seguía sin poder
moverse. La buscó con la mirada, pero no estaba allí. «¡¿Qué me está pasando?!».
Se arrastró
hasta el suelo y salió al pasillo.
Estaba desierto,
solo el ruido de los raíles del tren y esa inmensa niebla que todo lo envolvía.
De pronto, la vio en el fondo del vagón con su camisón blanco, su tez blanca
parecía un ángel flotando como las plumas de un almohadón. Intentó llegar donde
estaba, pero ella abrió la puerta del compartimento y desapareció.
«Tal vez estoy
muerto o una droga, eso debe ser, la copa… puso algo en mi copa…»
Siguió
arrastrándose hasta donde ella estaba. Helena contéstame: «¿Qué es lo que me
pasa?». Ella no contestó, solo abrió la última puerta del vagón y, al intentar
agarrar su pierna, él cayó al vacío de la noche entre la niebla hasta tocar las
vías con las manos.
En ese mismo
instante se despertó con un grito ahogado. Seguía en su cama, pero Helena nunca
apareció.
Tal vez nunca
existió. O tal vez la sombra de su madre la envolvió con su largo manto y se la
llevó.
Por Maribel
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