Aquella noche terminé La metamorfosis de Kafka. No sentí ni repugnancia ni miedo, solo tristeza, coraje y rabia. La leí de un tirón, es corta y te mantiene en tensión. He de confesar que de pequeña tenía aracnofobia.
Al día siguiente, me desperté pronto, ni bien ni mal, “neutra”. Ventilé, desayuné y me preparé para dar el paseo de siempre por los alrededores del pueblo.
Hacía un día bonito, yo diría que
agradable. Al poco tiempo de estar paseando, me sentí rara. Pasaba algo... Me
entró miedo. No había un solo ruido; no había gente; no había NADA.
Empecé a ponerme nerviosa. La
soledad me asusta, sobre todo, con un poco de imaginación y a mí eso me sobra.
Me volví hacia el pueblo y fui a
casa de mi amiga Berta, siempre tomábamos el café de las once juntas. No había
nadie, la llamé, no contestó. Fui a casa de Alicia, hice lo mismo… silencio.
De pronto, noté algo extraño
dentro de mí. ¿Qué me pasaba? No reaccionaba, ni frío ni calor; solo angustia y
soledad. Estaba paralizada, hice un esfuerzo y salí corriendo hacia mi casa. Al
entrar en lo que había sido mi hogar, lo noté raro, como si aquella casa no
fuese mía. Me reflejé en un espejo. ¿Quién era ese ser azulado con cara
consumida, seca, con ojos desorbitados y vacíos? Abrí la boca para gritar, no
salió ningún ruido. Dentro de ella asomó una lengua larga, bífida, moviéndose
lentamente como para hablar. De pronto, lo comprendí todo: yo ya no estaba, no
era, solo estaba mi mente.
Autora: Sonia B. F.
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