Cuando llegué a mi casa
le conté a mi marido lo sucedido, pues había llegado temblando de miedo.
Quedamos en que el próximo día, cuando saliera de la Universidad de la
Experiencia, me acompañaría haciendo los dos el mismo recorrido que el día
anterior. Pero ese día no ocurrió nada digno de mención.
A los pocos días, de
nuevo saliendo de la Universidad para regresar a casa cruzando el Parque de la
Corredera, que este era buen camino para llegar a mi casa, al aproximarme al
templete de la música repentinamente empezó a sonar una música de Carlos Cano;
era María la Portuguesa. En ese momento empecé a sentir mucho miedo. Era una
noche oscura y hacía viento.
Por las escaleras del
templete aparecieron dos siluetas vestidas con unas sábanas blancas. Una de
ellas, por su tamaño y estatura, podía ser de un niño como de diez o doce años;
la otra, por sus formas y redondeces, una mujer. El que se supone era un niño
llevaba en la cabeza una gorra visera, en la mano izquierda una caña de pescar
de la que se veía un trozo de sedal con su gusano de cebo, en la mano derecha
llevaba una calavera. La que parecía mujer llevaba un sombrero de paja sujeto a
la cabeza por una cinta negra, en la mano derecha un bastón en el que se
apoyaba para andar y en la mano izquierda otra calavera. De ambas salía como si
fuese fuego… quizá unas velas encendidas.
Entonces la mujer dijo:
-¿No te acuerdas de
nosotros? Mi hijo, tu madre y yo éramos vecinos…
Asustada y temblando de
miedo les preguntaba yo:
-¿Quiénes sois vos… voss…
vosotros?
El vello de los brazos se
me erizó y los pelos de la cabeza se me pusieron de punta…
-¿No te acuerdas? Hace
mucho tiempo que subimos a pasar la tarde en ‘El Canalizo’. Tu madre se quedó
lavando la ropa más abajo, en el arroyo, mientras mi hijo, tú y yo nos
acercamos algo más arriba, donde había una charca que solía tener algunas
truchas o bogas, ya que Juan quería pescar. Pero tú, que eras muy caprichosa,
insistías en que también querías pescar. Juan no te dejaba la caña, pero tú,
dándole empujones, hiciste que él se cayera a la charca. No sabía nadar.
Entonces yo me tiré detrás para intentar sacarlo. Allí no había más que unos
chicos más o menos de vuestra edad que no pudieron hacer nada para salvarnos.
Los dos nos ahogamos aquel día. Era el mes de julio, hace ya muchos años.
Cuando tu madre escuchó los gritos de socorro ya era muy tarde. Desde entonces
llevamos vagando como espíritus del más allá…
Yo noté cómo de pronto
estaba como húmeda porque me había orinado de miedo… mirando hacia abajo vi un
charquito de líquido cerca de mis piernas
que temblaban de miedo, los dientes me castañeteaban y entre sollozos
dije:
-Se… seee… señora… yo no
quería… no quería… que su hijo y usted se ahogaran…
Entonces salí corriendo
cruzando el parque y no sé ni cómo conseguí llegar a casa con lo que esa noche
había pasado.
Alfredo
Blázquez.
Lectura y
escritura (mañana)
Comentarios
Me gusta mucho, enhorabuena Alfredo ..soy Miki
ResponderEliminarMuy bueno y tenebroso
ResponderEliminarEnhorabuena Alfredo, me alegra mucho que salga ganador uno de nuestra clase, tu relato me parece muy real, soy Paquita
ResponderEliminarEnhorabuena hermano, muy bueno.
ResponderEliminarEnhorabuena ¡ Espectacular! Muy bueno. Me encanta
ResponderEliminarEnhorabuena hermano 👏👏👏
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