No recuerdo cuándo perdí a mis padres, lo que sí sé es que me crie con un hombre familia muy lejana de mi padre.
Él era solitario y tosco, apenas me hacía caso, nunca se dirigió a mí cuando hablaba, a pesar de ello era feliz.
Una mañana falleció, hoy estoy en el cementerio enterrando a la única persona que había en mi vida, sentado sobre una lápida, intento llorar, a pesar de los esfuerzos, no vierto ni una lágrima, paso largo rato inmóvil mirando la tierra removida. Por fin decido levantarme, las rodillas fallan y caigo sobre la sepultura.
A dos palmos de mi cara, están los nombres de los que allí yacen, no puedo apartar los ojos. Son mis padres. Lo que más me aterra es mi nombre escrito a su lado con dos fechas, nacimiento y muerte. ¡El mismo día que mis padres! Cabeza y piernas van al mismo ritmo, cada vez más rápido.
Algo o alguien detiene mi frenética carrera, levantó los ojos y ahí está mi tutor.
Sonriendo, toma mi mano, siendo esta la primera vez que me habla directamente: «Al fin estamos donde deberíamos». Estas fueron sus últimas palabras.
Inés
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